jueves, 15 de abril de 2010

SOBRE LAS FORMAS DEL DESAMOR

Muchas veces me ha ocurrido creer reconocer desamor en una mirada, en un gesto, en una palabra, mas ahora creo que el desamor es silencio y es olvido, es un trasto viejo y oxidado, es ese objeto que no tiene lugar e incomoda, es la sorpresa desagradable de una náusea, es querer arrojarse a un vacío.
Muchas veces soñé que el desamor era un desgarro, cruel herida que desangraba de un tirón la vida; muchas otras lo soñé como si fuera la guadaña de la parca acechando en la oscuridad temblorosa de mi habitación desmesurada.
El desamor, amigo mío, no tiene sonido ni sabor…es… ¿cómo explicarlo? Un no saber lo que se sabía, un no sorber lo que se sorbía, un no gustar lo que se gustaba y finalmente una forma más del sin sentido.
El desamor es como una mañana nublada o soleada, no importa. Es un amanecer muy frío y sin frazadas, en una larga tregua del deseo y una esperanza lejana de armonía.
Muchas veces he creído leer desde un paradigma indicial la temida catástrofe: ahora sé que no existe Casandra alguna que adivine ese sucio despojo del cariño que fue lo que tuve y ya no tengo y por el que -con sorpresa-, mi garganta no emite ningún quejido.
El desamor es ahora esta extraña cabaña en la que habito sin miedo, sin pena, sin gloria, es lo que tengo, lo que aún no he perdido.

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